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Comunidad de Madrid
“Las Ricas Horas de Gracey”
Gustavo Gracey es un artista peruano que construye su obra día a día con intensidad y constancia, como quien escribe ritualmente las páginas de un diario personal. Como pintor, prefiere reconocerse en la espontaneidad, en las inquietudes que trasluce su gesto al chorrear la pintura y su nervio al elegir gamas de colores –lo que no excluye contrastes y disonancias-, que portan y acentúan afinidades con aquella poesía que viene de lo hondo del amor y la amistad, y con la síncopa musical que devuelve el cuerpo al alma.
Para el crítico es fácil decir que el artista trabaja en la estela del neo-expresionismo que ha sido rasgo común de innumerables búsquedas pictóricas desde principios de la década de 1980. Su obra, sin embargo, trasunta una riqueza propia y reafirma elocuentemente y sin interrupción un mundo exultante. A los cincuentaitrés años, se sumerge en el presente del taller para sumir la consciencia en un baño de atmósferas imaginadas, en las que confunde escenarios actuales con ficciones atravesadas por su anecdotario.En estas circunstancias envolventes y, paradójicamente, precisas –no hay que olvidar que el taller es ante todo el laboratorio del artista-, Gracey observa cómo su cuerpo se desdobla en muchos otros y en el terreno empático y vulnerable de ese cambio liberador, que lo expone a multitud de estímulos, la pintura se erige como un imaginario abarcador,signo sensible y palpable, y experiencia mental.
Gracey pinta con hambre de vida y con inteligencia de las formas. Aunque haya distintas
etapas identificables en su pintura, el brío y bravura de sus realizaciones nos afecta siempre porque procede sin resguardo o contención al momento de expresarse. Deja traslucir, sin embargo, una nítida capacidad de pensamiento pictórico ‘en caliente’: articula su inclinación hacia lo espontáneo y aleatorio a su costumbre de la materia pictórica en una operación íntima, automáticamente asistida por su control de recursos técnicos. Hace desaparecer la frontera entre figura y abstracción y nos deja solos para constatar que con un mismo recurso pictórico puede configurar una constelación de elementos flotantes en cuidada distribución espacial o sugerir presencias humanas aparentemente en tramas narrativas o trances ambiguos. O bien gira en sus goznes, y lejos de empastar, dibuja con pintura líquida que surca el aire en rauda trayectoria yal caer sobre el soporte aparece como línea fluida y energizante, para hablar de un fantástico temblor del ojo y del aplomo de una visión encendida.
Por momentos su obra tiene sobre nosotros el efecto de un proceso de erosión, y en otros, uno de atrición. En una doble dinámica, el arte de Gustavo Gracey modela y desintegra nuestras percepciones previas y despierta en nosotros una respuesta luminosa, sorprendentemente fresca, en un clima cultural contemporáneo a menudo reacio a considerar las muy actuales posibilidades, así como la promesa de la pintura en el mundo de mañana.
Jorge Villacorta Chávez
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